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La senda de las cantinas: un trazado entre aldeas para comerse El Bierzo sin prisa

La senda de las cantinas, en El Bierzo, se despierta cuando apenas aclara el valle y el vino, todavía adormecido en las cubas, huele a otoño aunque estemos en verano.

Entre las montañas que perfilan la comarca perviven casi veinte cantinas de pueblo, supervivientes de otro tiempo. Se han unido con un cordel de senderos y carreteras secundarias para que el visitante pueda recorrerlas como quien pasa cuentas de un rosario.

La palabra “cantina” contiene una entonación de familia: da calor incluso antes de encender la estufa. Lugares de barras estrechas, alacenas con vermú casero, mesas de formica y, quizá, un silbido sordo de serrín sobre las baldosas. En ellas, todavía hoy, se juega la partida mientras borbotea la olla del día. Esta postal cabalga ahora sobre 19 gastrorutas (17 cantinas principales y 2 complementarias), de las cuales 18 son circulares y una lineal. Cada parada es una nota al pie del territorio, un diminuto tratado de etnografía cotidiana.

Rutas recogidas, casi domésticas, que regalan al caminante la certidumbre de volver a donde empezó con el cuerpo lleno y la cabeza ligera. Quien se interne por ellas irá descubriendo nombres que suenan a resistencia: Amalavida, Araña, El Sitio de mi Recreo.

Uno aprende pronto que aquí la cocina es un calendario, y el calendario, un poema oral. Empanada de castañas en Balboa porque el soto revienta de erizos; caldereta de cabrito con sidra en Chano, donde Asturias y León se cruzan de brazos y se miran con picardía; mencías de parcela en Priaranza, rojos como un atardecer de agosto, escoltados por escabeches de jabalí que huelen a roble húmedo.
Para el visitante, la Senda ofrece pasaporte y recompensa: basta encargar la comida la víspera y sentarse después a escuchar. En el murmullo de la barra surgen historias de fraguas, de filandones, de vecindades, de contrabando, de estraperlo y de filtraciones del Camino de Santiago, que corre a pocos kilómetros con un río de peregrinos.

Más allá del menú, la ruta persigue un desvelo mayor: fijar vida donde se está anclando el eco.

Más allá del menú, la ruta persigue un desvelo mayor: fijar vida donde se está anclando el eco. El Bierzo arrastra dos décadas de pérdida demográfica: veintidós mil vecinos menos y la sensación de que las campanas no repican para nadie. A cambio, se promete señalización digna, una plataforma digital con realidad aumentada y divulgación.

El viajero, atraído por la magia de lo auténtico, se convierte en cliente; el cliente, en cómplice; y la cantina, en faro.

Rutas y cantinas @turismodelbierzo

Recorrer las sendas es, en realidad, un ejercicio de lentitud. Nadie debería hacerlo deprisa. Se recomienda elegir valle —Ancares para lobos y castaños, Cabrera para pizarras que brillan como espejos—, descargar el track y disponer los sentidos. El camino no premia al devorador de sellos, sino al caminante que se deja salpicar por el rocío matinal, al ciclista que se detiene a oler la humedad que rodea al horno comunal, al conductor que no duda parar para preguntar el rumbo. O al que prefiere apagar el GPS y dejarse llevar por el instinto.

Aquí se trata de vivir, perderse y escuchar. De llenar el pasaporte con estampas de pimientos, miel y vino. Aunque el verdadero trofeo se acumula en las gargantas: en las voces roncas del patrón que explica por qué su orujo arranca en noviembre y no antes, o la de la nieta que sirve cortos de tinto mientras repite la receta del guiso, o el paisano que narra su vida mientras vacía un porrón. 

Y es que, si la Senda de las Cantinas, prospera, reescribirá el mapa turístico de una provincia acostumbrada a vender uva y botillo. Por primera vez, el plato dejará de ser epílogo para convertirse en narración principal.

Prometemos recorrerla tramo a tramo, como un novelista que toma notas a lápiz. Porque queremos contaros qué esconde tras de sí cada puchero, quién es aquel que ordeña la vaca cuyo cuajo aromatiza las mañanas y qué mujer sostiene abierta la puerta de madera para que no muera la conversación. Así empieza toda gran historia alimentaria: con un gesto minúsculo, una cuchara de caldo y un banco de piedra al sol.

Os dejamos la Web (aquí) para que podáis consultar las rutas y el listado de cantinas al completo.


Las cantinas que forman parte del proyecto son la Amalavida, la Palloza de Canteixeira en Balboa; la de Busmayor, en Barjas, el Bar-estanco de Lillo del Bierzo, el Bar Gonçalves de Almagarinos, en Igüeña; la Cantina de Oencia; el Pub Araña de Chano, en Peranzanes; el Estanco – Bar Inés y El Sitio de mi Recreo en Priaranza del Bierzo; el Estanco Bar Casa Berta de Puente de Domingo Flórez; el El Kiosko de Elena de Tremor de Abajo en Torre del Bierzo; el Bar Estanco de Candín, en Valle de Ancares; La Casa Vieja en Burbia, de Vega de Espinareda; el Bar Centro Social Veigadolmo en Aira da Pedra, la Cantina de Teixeira, El Filandón Berciano, la Cantina O Filandón y la Cantina de Porcarizas, todos ellos en localidades de Villafranca del Bierzo, y La Bodega del Niño de Cacabelos.

Fotografías cedidas por José Manuel Gutiérrez Monteserín, Pub Araña de Chano y Ayuntamiento de Páramo del Sil.

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