En esta ocasión, el hilo lo traza esta pareja que comparte vida y proyecto en En La Parra, su casa en Salamanca. Frente a la fachada plateresca de San Esteban, han creado un espacio contemporáneo donde la cocina dialoga con la memoria charra y los vinos amplifican la experiencia.
De un pequeño local a un referente nacional: el proyecto que Rocío Parra y Alberto Rodríguez pusieron en marcha hace ya una década. Frente histórico y fastuoso Convento, lo que comenzó como un espacio modesto, se ha convertido en uno de los dos restaurantes con estrella Michelin de la ciudad, reconocido además con un Sol Repsol (2021) y como Mejor Restaurante de Castilla y León en 2024.
La suya es una historia de trayectorias que se cruzan y encuentran destino. Ella, formada en Madrid, pasó por cocinas de Paco Roncero o Íñigo Lavado antes de recalar en Cocinandos, en León, donde permaneció diez años. Él, asturiano, se formó en la Escuela de Hostelería de Gijón, la Escuela Española de Cata y el Parador de San Marcos. Allí, en León, coincidieron y comenzaron a imaginar su propio proyecto.
Hoy, En La Parra es un restaurante íntimo, con seis mesas, cocina abierta, una bodega acristalada y un jardín vertical que respira calma. Pero, sobre todo, es un universo personal donde tradición y contemporaneidad dialogan sin imposturas. Una cocina que hunde sus raíces en la memoria gustativa de la tierra charra, que mira de frente al producto local –con el ibérico como bandera–, pero que se permite revisarlo con frescura y ligereza, sin perder nunca la esencia.
Rocío dirige el fuego con pulso firme y delicadeza, que es toda una declaración de amor por la tierra, y Alberto hila relatos, descorchando vinos de una bodega que respira pasión.
Un tándem inquebrantable, que se refleja también en sus recomendaciones. Cuando les pedimos un mapa de imprescindibles gastronómicos en Castilla y León, no dudan: eligen casas con alma, lugares donde ellos mismos disfrutan, aprenden y se sienten en casa.

Vinoteca Doctrinos (Salamanca)
La primera parada está en la ciudad que los vio crecer como proyecto. En la Vinoteca Doctrinos, el ritual es sencillo: buena materia prima y la sensación de estar en un lugar donde el tiempo se detiene. “Es maravilloso —cuenta Rocío—. Tienen unos vinos espectaculares y unas chacinas que son una auténtica delicia. Nos encanta ir a acabar una velada allí, relajarnos y dejarnos llevar. Es un sitio con magia”.
Doctrinos es, ante todo, un refugio. «Desde hace tres años, el timón lo llevan los hermanos Marco y María. Él, un apasionado del vino y del champán, ha revolucionado el mundo de la barra en Salamanca; ella, con amabilidad y profesionalidad a partes iguales, completa la experiencia», señala Alberto.
Una vinoteca con alma donde abrir una botella y acompañarla con un pincho de farinato, un queso afinado o un jamón recién cortado
Rivas (Vega de Tirados, Salamanca)
A pocos kilómetros de la ciudad, en la dehesa salmantina, Rivas es palabra mayor. Una casa familiar con más de medio siglo de comandas, ahora en manos de dos generaciones de hosteleros. “Rivas es un imprescindible —afirman—. Para nosotros representa esa tradición bien hecha, un lugar donde todo está cuidado con un cariño inmenso. Es un gastronómico de verdad”.
Cocina tradicional trabajada con cariño, carnes y caza de la tierra, verduras del huerto propio, una bodega bien nutrida y una selección de quesos que sorprende.
Casa Pacheco (Vecinos, Salamanca)
El campo charro guarda secretos, y uno de ellos es Casa Pacheco, en el pequeño pueblo de Vecinos. Allí, la tradición no es discurso, es práctica diaria. La cocina de la dehesa salmantina se expresa con nobleza, en platos que saben a fuego lento y a cultura transmitida de generación en generación.
“Casa Pacheco es otro de nuestros imprescindibles —explica Rocío—. La cocina tradicional está llevada a un nivel altísimo, con mucho respeto por el producto”.
El servicio acompaña y la bodega completa la experiencia, haciendo de este mesón una parada obligada para entender la gastronomía del territorio en toda su hondura.
La Fresa (Salamanca)
De nuevo en la ciudad, La Fresa late como un bar taurino con alma gastronómica. “Es un sitio icónico —dice Alberto—. Tiene una bodega maravillosa y una carta de comidas muy rica. A nosotros nos gusta porque conserva esa esencia de bar de siempre, pero con mucha verdad en lo que ofrece”.
Casquería, cocido, guisos tradicionales y una tarta de manzana que ya es emblema: La Fresa es un homenaje a la cocina de siempre, para siempre.
El Ermitaño (Benavente, Zamora)
Una casa señorial de 1775, rodeada de jardines, acoge El Ermitaño. “Los hermanos Pérez Alonso han hecho del Ermitaño un lugar que honra la tradición y la lleva al presente”, explican. Tradición y vanguardia dialogan en un espacio que parece isla.
La cocina de mercado, la personalidad en cada plato y sus menús de armonía entre platos y vinos completan un discurso que ha sabido adaptarse sin perder raíces.
Cocinandos (León)
En la histórica Casa del Peregrino, junto al Hostal de San Marcos, Cocinandos despliega su propuesta creativa de la mano de Yolanda León y Juanjo Pérez. Menús que cambian según temporada, contando una historia al cliente, siempre con el producto leonés en el centro.
“Para nosotros Cocinandos es otro clásico que se ha reinventado —explican—. Su terraza es un must, un espacio donde la experiencia se amplifica. Es un lugar que demuestra que Castilla y León puede estar en vanguardia sin dejar de ser ella misma”.
José María (Segovia)
Hablar de Segovia es hablar de cochinillo, y el nombre de José María se alza como institución. “Son los maestros —resume Rocío—. Un lugar donde tradición y excelencia se dan la mano, y al que siempre merece la pena volver”.
Amplios salones de interiorismo castellano. El cochinillo asado, criado en su propia granja (Agrocorte Gourmet) para asegurar calidad y trazabilidad, es la joya absoluta. La carta se amplía con temporada y caza, siempre acompañada de vinos de Pago de Carraovejas. “Es tradición llevada con rigor y excelencia”, nos cuentan.
Cárnicas Mulas (Salamanca)
Hablar de Salamanca sin hablar de ibérico sería injusto. Con más de dos siglos de historia, Cárnicas Mulas es sinónimo de producto ibérico de calidad. “Es un referente absoluto”, afirma Alberto.
Tienen tienda, ganadería propia y tres establecimientos en la ciudad. “Representan la solidez de un oficio con más de dos siglos de historia”, cuenta Rocío.
Ambivium (Peñafiel, Valladolid)
En el corazón de la Ribera del Duero, bajo la mirada del castillo de Peñafiel, se alza Ambivium, restaurante de Pago de Carraovejas. “Es uno de esos lugares que inspiran a quienes trabajamos en sala y cocina. Un ejercicio de coherencia y belleza”, dicen.
El menú degustación diseñado por Cristóbal Muñoz gira en torno a métodos de conservación como hilo conductor, 4.000 referencias en bodega, armonías que se convierten en viaje.
Mannix (Campaspero, Valladolid)
“Un lugar de peregrinación. El lechazo en estado puro”, resumen. Y es que Mannix el lechal alcanza categoría de rito. “Raza churra, horno de leña, entrantes caseros que saben a infancia”.
Las croquetas, el revuelto de morcilla, los puerros con trufa, los pimientos asados y postres caseros completan una experiencia que mantiene el pulso a la tradición con una autenticidad incuestionable.
El mapa de Rocío y Alberto no es una guía exhaustiva, sino un recorrido personal que revela su manera de entender la gastronomía: respeto por la tradición, pasión por el producto y admiración por quienes han sabido mantener viva la llama de Castilla y León.
“Son lugares a los que siempre queremos volver —dice Rocío—. Sitios que nos inspiran, que nos recuerdan por qué hacemos lo que hacemos”. Y en esa confesión, late la certeza de que la gastronomía de Castilla y León está hecha de memoria, de riesgo, de amor por el detalle y de cocineros y cocineras que creen, como ellos, en la fuerza de la autenticidad.
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