LO QUE SE CUECE

Burgos se pone en pie de cultura: la Ciudad Creativa de la Gastronomía que cocina su propio futuro

Burgos activa su década creativa, una ciudad que cocina cultura para 2031

En el 10º aniversario como Ciudad Creativa de la Gastronomía, Burgos reúne a 21 ciudades europeas y presenta el Club del Producto: una red colaborativa que busca convertir la identidad gastronómica local en un motor de territorio, cultura y proyección internacional.

Burgos amaneció el lunes con la sensación de que algo se estaba reordenando en su interior. No era solo el Fórum Evolución convertido en un hormiguero de acreditaciones, saludos en varios idiomas y pasillos donde se cruzaban alcaldes, consultores, chefs y responsables de cultura. Era la intuición de que la ciudad se miraba en el espejo de los últimos diez años —los que la Unesco ha acompañado como Ciudad Creativa de la Gastronomía— y se preguntaba quién quiere ser cuando cumpla la mayoría de edad cultural en 2031.

El I Encuentro Europeo de Ciudades Creativas Unesco abrió sus puertas con el ritmo de las campanas —un guiño al toque manual recientemente inscrito en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad— y la certeza de que la creatividad deja de ser un eslogan cuando se pone en manos de quienes viven y cocinan un territorio. Delegaciones de 21 ciudades españolas, italianas, portuguesas y francesas ocuparon las butacas para lo que no pretendía ser un congreso más, sino una declaración de intenciones: quien no entienda la cultura como motor de desarrollo se queda fuera de la conversación del futuro.

En ese escenario, Burgos se reivindicó. No solo como anfitriona, sino como ciudad que ha entendido que su gastronomía no es una postal, sino un lenguaje. Un lenguaje que se ha ido afinando en ferias como Madrid Fusión o San Sebastián Gastronomika, o en los intercambios con Rouen y Oporto; un lenguaje que ahora se ensaya para la candidatura de Burgos 2031, Capital Europea de la Cultura.

Todo esto desembocó ayer en un anuncio que llevaba meses gestándose: el Club del Producto Burgos Gastronomy City, una alianza público-privada destinada a ordenar, acompañar y proyectar el gastroturismo local. No como un catálogo más, sino como una estructura estable que dé claridad y singularidad a lo que Burgos puede ofrecer.

El salón principal respiró una mezcla de expectación y responsabilidad. Porque el Club no se presentó como una marca institucional, sino como una herramienta: gobernanza, criterios de adhesión, auditorías, formación, manual de calidad, identidad visual y un futuro catálogo de experiencias para 2026. Todo bajo el paraguas del Plan de Sostenibilidad Turística y con el compromiso —cada vez más apremiante— de alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Quien tomó la palabra describió el Club como un sistema integral para vertebrar el ecosistema local. Pero más allá de la terminología técnica, había una idea sencilla: si Burgos quiere competir, inspirar y atraer a nuevos públicos, necesita reconocerse a sí misma antes. Saber qué productos la definen, qué experiencias tiene sentido ofrecer y cómo conectar el talento disperso en una provincia extensa, compleja y fértil.

La alcaldesa, Cristina Ayala, fue directa: el objetivo es «ensalzar los productos más relevantes» y activar dinámicas de cooperación reales con otras ciudades. La frase tocó especialmente a quienes saben que la identidad gastronómica no basta con nombrarla: hay que diseñarla. Burgos lo sabe bien; su trayectoria lo demuestra. De Capital Española de la Gastronomía en 2013, al reconocimiento de la Unesco en 2015, hasta llegar al mapa actual, donde la ciudad presume de dos estrellas Michelin y cuatro en la provincia.

El ambiente en los pasillos recordaba a esas ferias discretas donde se toman las decisiones que mueven una década. Productores de Arlanza conversaban con representantes de festivales culturales; chefs jóvenes escuchaban a técnicos de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco; y responsables de la IGP Morcilla de Burgos compartían reflexiones con quienes han convertido el pan de Óbidos o los quesos de Braga en herramientas de desarrollo cultural.

A media tarde, la presentación se convirtió en un foro vivo: ¿cómo diseñar experiencias que hilvanen territorio, ciencia y cocina? ¿Cómo traducir la identidad burgalesa en relatos que seduzcan a un visitante europeo? ¿Cómo profesionalizar la creatividad sin domesticarla? No todos los días se juntan representantes de Milán, Braga, Granada o Denia para comparar modelos de gobernanza gastronómica.

El cóctel final —con productos locales y reinterpretaciones contemporáneas de recetas burgalesas— actuó como gesto simbólico: esto es lo que somos, esto es lo que podemos ser. Entre brindis, saludos y tarjetas de visita, empezó a rodar la idea de que el Club de Producto no es una estructura administrativa, sino un punto de partida.

Porque lo importante no fue la presentación, sino lo que insinuaba: una red que se extiende más allá del Fórum. Una ciudad que conecta gastronomía, patrimonio y conocimiento científico —su tríada histórica— con una idea de futuro cultural. Una comunidad que entiende que cocinar no es solo preparar un plato, sino activar un territorio.

Burgos cerró el día con la sensación de haber encendido una mecha. Y quizá esa sea la escena más importante de esta crónica: la ciudad tomándose en serio lo que siempre ha tenido entre manos.

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